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Chile y la globalización
Vivimos en una época verdaderamente extraordinaria. Las capacidades creativas de la humanidad nunca han sido tan grandes como hoy. Nunca ha existido un período de la historia de la humanidad en que un número tan vasto de personas haya mejorado sus condiciones de vida de una forma tan drástica y en tan corto tiempo como durante las últimas décadas. El desarrollo de los gigantes asiáticos -China, India e Indonesia- simplemente no tiene paralelos históricos.
Este desarrollo ha permitido absorber un incremento demográfico sin precedentes. La población del planeta aumentó en más de 1.500 millones de personas entre 1980 y 1999 y, a pesar de ello, se puede constatar una disminución sustancial de los niveles mundiales de extrema pobreza, mortalidad infantil y desnutrición, así como un aumento notable de las expectativas de vida. La pobreza extrema, para dar sólo un ejemplo, que golpeaba al 31% de la población mundial en 1980, se había reducido al 20% a finales de los 90. ¡Esto implica que la cantidad de personas en situación de extrema pobreza en 1999 fue inferior en 650 millones a la cantidad que habría alcanzado según los niveles de pobreza imperantes en 1980!
Esta es una de las proezas más importantes de la globalización, pero no la única. Paralelamente se puede observar un desarrollo político igualmente asombroso. Lo que hasta hace no mucho era un privilegio de unos pocos, a saber, vivir en democracia y ver sus derechos básicos respetados, conquista hoy más y más naciones.
Ahora bien, en medio de este panorama esperanzador vemos ciertas regiones que se quedan atrás. Este es, entre otros, el caso triste de América Latina con una sola excepción: Chile. La diferencia es notable. En una región fundamentalmente estancada Chile se destaca por un dinamismo económico que en muchos aspectos lo ubica entre de los punteros globales del desarrollo. El ingreso per cápita de los chilenos se ha duplicado entre 1980-82 y 2000-02, y este progreso ha sido tan pujante que Chile incluso ha ganado terreno frente a los Estados Unidos en este respecto, lo que por cierto es único en América Latina.
Este progreso se refleja también en los grandes avances sociales de Chile, que hoy muestra índices notables en materias tan importantes como mortalidad infantil y desnutrición. Lo mismo puede decirse respecto de la disminución de la pobreza, cuyo porcentaje de la población se redujo a menos de la mitad entre 1987 y 2000. Nada comparable se contempla en el resto de la región.
¿A qué se debe esta diferencia tan abismal? La respuesta a este interrogante tiene, a mi juicio, tres componentes esenciales: un capitalismo moderno y abierto al mundo; un sistema institucional sólido y confiable; y un amplio consenso político sobre el valor de la estabilidad y la plena incorporación de Chile a la globalización.
El paso a un capitalismo moderno lo realizó Chile "a palos". El régimen del general Pinochet forzó a los empresarios del país a ser competitivos o a sucumbir. Se acabó la mano protectiva del Estado y el juego de los mercados cautivos y las prebendas, en lo que fue un cambio duro y sin paralelos en una región de capitalismo de invernadero, que a largo plazo sólo fomentaba el subdesarrollo.
El nuevo sistema institucional fue básicamente construido durante los años 80 y hábilmente consolidado por los regímenes democráticos. Pero aquí hay también una importante herencia del viejo Chile, un inestimable legado de un país que tempranamente se alejó del caudillismo y supo construir un aparato de Estado decente. En esto Chile está lejos del resto de la región, donde la política es todavía la lucha por la repartija y la corrupción el pan de cada día.
Por último, está el consenso y la madurez notables de la clase política chilena. La dura lección del hundimiento de la democracia a comienzos delos años 70 ha sido aprendida. La democratización chilena no fue ni una vuelta al pasado ni una revancha destructiva. Los ideologismos destructivos de otros tiempos han dado paso a un tecnocratismo sobrio, de buena gestión y reformas bien concebidas.
Este Chile en camino de alcanzar a los países ya desarrollados muestra lo que se puede hacer de la globalización cuando se la enfrenta con apertura y a partir de condiciones internas positivas. Es de esperar que el resto de la región pueda inspirarse en este Chile promisorio, no para copiarlo sino para buscar sus propios caminos hacia un capitalismo moderno, instituciones decentes y una democracia estable.
Por Mauricio Rojas
1 de julio de 2004
1 de julio de 2004